miércoles, 10 de julio de 2019

Letras Desnudas /* ¿Por qué no hacer las cosas bien?



Letras Desnudas / Mario Caballero 

*** ¿Por qué no hacer las cosas bien?

El presidente López Obrador se impuso una agenda muy agresiva de cambio. Desde que se supo ganador de las elecciones AMLO se vio con demasiada prisa en lograr esa transformación. Va muy rápido. Y, al parecer, esa ambición y rapidez lo han llevado a cometer errores, a tomar decisiones al vapor, utilizar gente incapaz en posiciones clave, a implantar políticas o programas que resultaron ser incompatibles con las necesidades prioritarias. Él podrá tener otros datos, pero las renuncias de sus colaboradores, o más bien, los motivos por los que renunciaron son testimonio de que el gobierno no va por buen camino.
En ciertos momentos es debido saltar del barco para sonar las alarmas. Tal como hizo Carlos Urzúa en la carta en la que hace públicos los motivos de su abdicación a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. De esa renuncia deberíamos aprender que quienes ejercen responsabilidades públicas deben exponer los motivos de su actuar. Si esa práctica se generalizara, mucho ayudaría a la opinión pública a no perder su juicio sobre los hombres y los cargos de poder.
La renuncia de Urzúa es quizá la más importante en lo que va de la administración de López Obrador. Y es una llamada de alerta que no viene de un funcionario cualquiera, sino de un aliado destacado del cuerpo de gobierno, que muchas veces dio la cara para defender las malas decisiones, las malas estrategias y hasta los exabruptos del presidente. Hizo grandes esfuerzos por tratar de convencer de que las cancelaciones y los proyectos del nuevo gobierno eran lo mejor para el país. Pero se cansó. En una cuartilla que apenas alcanza los ocho párrafos, advierte que la Cuarta Transformación se hace agua.

Prometió a la nación algo que ningún candidato y ningún otro presidente había hecho antes: una histórica transformación del tamaño de la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana. Un nuevo nacimiento de México. Con nuevas estructuras políticas y nuevas formas de ejercer el poder. Con una relación sana y democrática con el pueblo. Eso, por supuesto, suena más que genial. Pero, ¿por qué no hacer las cosas bien?

LLAMADOS DE ALERTA
Hace poco más de mes y medio la renuncia de Germán Martínez al Instituto Mexicano del Seguro Social lanzó la advertencia de que los recortes al presupuesto no sólo iban más allá de lo razonable, sino que además ponían en riesgo la salud y la vida de los enfermos. Dijo, entre líneas, que la política de austeridad está estrangulando al Estado con tal de alimentar las clientelas del presidente, como los ninis y la pensión para los abuelitos, por ejemplo.
Germán Martínez renunció por la arbitrariedad patrimonialista, esa que explica el capricho y la severidad de los recortes. Lo hizo convencido de que a López Obrador le importa más que los recursos vayan a sus programas, sea cual sea el costo de esa prioridad. Es decir, el control presidencial del presupuesto fue la causa de su renuncia y de su denuncia: “Ahorrar y controlar en exceso el gasto en salud es inhumano. Ese control llega a escatimar los recursos para los mexicanos más pobres”, alegó.
Pero la dimisión de Carlos Urzúa va incluso más allá de criticar la austeridad republicana. Puso en evidencia lo que se quiso mantener en secreto por órdenes presidenciales: las luchas del poder dentro del gabinete que están echando a perder la Cuarta Transformación.
“Discrepancias en materia económica hubo muchas. Algunas de ellas porque en esta administración se han tomado decisiones de política pública sin el suficiente sustento. Estoy convencido de que toda política económica debe realizarse con base en evidencia, cuidando los diversos efectos que ésta pueda tener y libre de todo extremismo, sea éste de derecha o izquierda. Sin embargo, durante mi gestión las convicciones anteriores no encontraron eco”, escribió en su carta.
Con la salida de Urzúa la administración de López Obrador pierde un gran elemento. Urzúa además de ser miembro de la Academia Mexicana de Ciencias y catedrático del Tecnológico de Monterrey y del Instituto Politécnico Nacional, también es doctor en Economía por la Universidad de Wisconsin. Es un hombre preparado intelectualmente que a lo largo de varios años ha hecho publicaciones en política fiscal, economía y relacionadas con estudios socioculturales tanto en México como en América Latina. No puede descartarse que también tiene experiencia en el manejo de las finanzas públicas. Pero llegó a integrarse al gobierno con una sola encomienda: obedecer.
Durante los meses que fue secretario de Hacienda nunca se vio su pericia en la ejecución y coordinación de las políticas económicas. Siendo experto en la materia nunca demostró su capacidad, su trabajo siempre dejó mucho que desear.
Por el contrario, se dedicó a defender el presupuesto que muchas veces tuvo que enmendar por la dura crítica de los expertos. Fue evidente que no estaba ahí para planear y diseñar, sino para cumplir los caprichos y las ocurrencias del gobernante. Su función no fue la de un alto consejero, la de un sabio administrador de los tesoros, sino la de un simple trabajador que se la pasó acomodando las cifras para suministrar de fondos a los programas de AMLO.
Su trabajo fue quitar de todas partes para darle al jefe. Eso provocó que el gobierno pasara de la austeridad republicana a la pobreza franciscana. Pues los recortes presupuestales que se hicieron desde su escritorio no sólo terminaron con los lujos y los abusos, sino que amenazan las tareas esenciales del gobierno, como la salud, por ejemplo.
En otras palabras, Urzúa dio la cara por una austeridad tosca, severa y brutal que no supo distribuir los dineros en las necesidades apremiantes. El tan mentado proyecto de la igualdad quedó hueco, sin reconocer los principios de justicia y equidad.
Pero hay algo más inquietante en los motivos del hoy exsecretario: “Me resultó inaceptable la imposición de funcionarios que no tienen conocimiento de la Hacienda Pública. Esto fue motivado por personajes influyentes del actual gobierno con un patente conflicto de interés”, expuso en su carta.
Desde luego, se refiere a Alfonso Romo, jefe de la Oficina de la Presidencia, con quien tuvo rencillas debido a la injerencia de éste en los nombramientos de directivos en la banca de desarrollo y en el Sistema de Administración Tributaria. La gente impuesta por Romo más allá de ayudar, estorba.
También alude a la Oficial Mayor, Raquel Buenrostro, que por motivos de austeridad mantenía a raya hasta al propio Urzúa. Si no me cree recordemos lo que contestó Arturo Herrera, subsecretario de Hacienda, cuando los reporteros le preguntaron sobre el desabasto provocado por el cambio de metodología en la compra de medicamentos: “pregunten a la Oficial Mayor”.
La secretaria de Energía, Rocío Nahle, es el otro personaje influyente, considerada por los altos mandos de Hacienda como una funcionaria obstinada, que de estar al frente de la dependencia pondría en riesgo las finanzas públicas del país y sin siquiera reparar en los daños. De hecho, el borrador del plan de negocios de PEMEX presentado por el director de Finanzas de la paraestatal, Alberto Velázquez, aprobado por Nahle, era desastroso y presagiaba nuevos recortes a la calificación crediticia de PEMEX y muy probablemente de México, según reveló un funcionario de Hacienda.
Por tanto, la renuncia de Carlos Urzúa demuestra que la administración del país está en manos inexpertas. Y de seguir imponiéndose a gente ignorante, con conflictos de interés, podemos esperar lo peor en materia económica.

LLAMADO A RECTIFICAR
El mérito de la renuncia de Urzúa es poner a la Cuarta Transformación en entredicho. Poner a la administración lopezobradorista frente a su responsabilidad presente y dejar de culpar al pasado. Es, asimismo, un llamado a asumir las consecuencias de las decisiones actuales.
Si el presidente quiere en verdad transformar al país, ¿por qué no hacer las cosas bien y dejarse de ocurrencias y mentiras? Un buen gobierno habla con resultados, no con burbujas de jabón como las que nos receta todas las mañanas. Pero un gobierno así no se construye con antojos ni aplaudidores, sino con gente pensante que contribuya al diseño de estrategias, programas y políticas públicas basadas en hechos.
La carta de Urzúa es un llamado a rectificar, a poner orden en la administración, a hacer las cosas bien. ¡Chao!

yomariocaballero@gmail.com

1 comentario:

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